Tuesday, March 13, 2012

Verjas invisibles

Vivir en Miami dos años con mi marido antes de mudarme a Minnesota, fue mi pasaporte a una nueva forma de vivir tan diferente a la europea que se podría decir que Europa y Estados Unidos son dos polos opuestos. Europa es un continente eminentemente urbano surcado por transportes públicos. Norteamérica es el reino del coche privado y los suburbios se despliegan durante horas al volante o kilómetros de terreno. Una parte del mundo donde las ciudades se conectan las unas a las otras en un sinfín de carreteras que se entrecruzan de un modo a veces imposible y el espacio parece interminable, tanto que muchos evitan las verjas para no parcelar ese espacio inmenso, de cielos abiertos y grandes nubes surcando el horizonte.  

                    
                       Miami, vista aérea

Casa en Miami con verja de metal
En Miami las verjas eran siempre reales pero cuando nos trasladamos a vivir a Minnesota conocí por primera vez los diferentes tipos de verjas invisibles. Un paseo por los barrios del pueblo donde vivo deja claro que la mayoría de las casas, salvo ciertas excepciones, no tienen verjas de ningún tipo. El no tener verjas plantea múltiples problemas, a la vez que crea una falsa sensación de apertura y afabilidad y en muchas ocasiones un exhibicionismo innecesario por la noche. Con las luces encendidas de las casas y de noche se puede ver todo, absolutamente todo, lo que pasa dentro.

La verja, además de privacidad, da libertad. Uno puede sentarse en el jardín a tomar el sol vestido o no. Si se tienen niños, se les puede dejar jugando en el jardín sin tener que preocuparse de que un perro del vecino venga de visita a lamer al niño, o cosas peores. En nuestro barrio había una vecina con un Pitt Bull que atacó a perros de los vecinos y a gente paseando, claramente la dueña del Pitt Bull no tenía verja. Al final un juez dirimió que la mujer del Pitt Bull tenía que desprenderse de un perro que suponía un peligro para el vecindario. En muchas ocasiones la gente opta por desterrar a los perros problemáticos a alguna granja de las muchas que hay por la zona. Aquel juicio no fue el primer caso de ese tipo en el pueblo que posee ordenanzas de cómo tratar y custodiar a los perros peligrosos que hay quienes se empeñan en elegir como animales de compañía.

Al poco tiempo, la mujer, que ante el juez dijo que el Pitt Bull había sido el regalo de un ex novio cuando perdieron el hijo que esperaban, abandonó el barrio junto con su perro y su hijo adolescente fruto claramente de otra relación anterior a la del novio del Pitt Bull. Y eso que ella, si no fuera por los incidentes con el perro, era muy buena vecina, siempre saludaba sonriente y daba muchos caramelos a los niños en Halloween. Los que han venido después, a la que fuera su casa, han sido mucho peores vecinos.
Cartel que anuncia que los perros de esa casa no salen corriendo porque hay una verja invisible
A aquella vecina la vida le hubiera sido mucho más facil de haber tenido verja. Si se tienen perros en una casa con verja, se les puede dejar retozar y estirar las patas en el jardín sin temor a que se escapen y correteen por las calles con la peligrosidad que implica por un lado el que se pierdan, y por otro el que ataquen a alguien o que los atropelle un coche. No hay cosa más cruel que ver a perros encerrados constantemente en sus casas y que cuando salen a pasear, aunque sean perros casi tan grandes como vacas que necesitan hacer mucho ejercicio, solo lo pueden hacer con la correa puesta al estar prohibido dejar a los perros sueltos por las calles del pueblo. Si quieren corretear sin restricciones lo pueden hacer en un parque especial para perros, que debe ser algo así como un paraíso para amantes de los perros, y campo de torturas para aquellos que les tienen verdadero pánico.

De ahí que esa aversión tan estadounidense a las verjas se traduzca en que casas en las que hay perros, en lugar de instalar una buena verja, prefieran instalar lo que llaman las verjas invisibles. Un tipo de verja a base de unos electrodos plantados bajo la hierba, conectados a distancia con un collar especial que lleva el perro. Si el perro se acerca a los electrodos enterrados el collar le produce una descarga eléctrica molesta, que no mortal, que le hace no querer aproximarse a la linde de la casa, a la acera y querer ir más allá, a explorar el mundo. Siempre que veo a perros enormes, con aspecto de querer matar a los paseantes y que darían lo que fuera por poder saltar esa verja invisible y atacar, directo al cuello, me pregunto, ¿qué pasa si cuando paso por ahí, en ese justo momento, se va la electricidad? Mejor ni pensarlo.

La verja real permite cierta sanidad mental, y no tenerla supone, además, tener que hacer un trabajo psicológico-emocional-vecinal bastante extraño. Al no tener verja, y si las casas están muy juntas las unas a las otras, ese trabajito mental de hacer como si los vecinos fueran invisibles, se repite casi todos los fines de semana con el ritual de la barbacoa. A veces, al principio del ritual, los vecinos, que casi pueden olerse mutuamente el aliento, se acercan los unos a los otros y se saludan, comparten noticias sobre fútbol americano, si han fichado a este, si este otro tiene la rodilla destrozada, y rápidamente vuelven a su quehacer, encender el fuego, rociar la carne con aceite, sal y una espesa y rosada salsa de barbacoa. Cuando el fuego ya está a tono colocan sobre la parrilla la carne y de vez en cuando, y entre sorbo y sorbo de la cerveza directamente de la botella, le dan vueltas a los tremendos filetes hasta que aquello, sin quemarse, se cocina al gusto de cada cual. Todo ello haciendo como si el vecino, a escasos metros de distancia, en realidad, no estuviera ahí mismo, como si el vecino fuera, literalmente, transparente.


Verja pequeña y blanca de madera más que nada de adorno
Hay que hacer como si el vecino no existiera a pesar de que una ráfaga de viento nos trae el olor de su perfume barato, o el omnipresente olor artificial a flores de los miles de productos que utilizan para lavar y secar la ropa, y que se propaga por todas partes contaminando el ambiente de olores creados por la química moderna. Ese trabajo de ignorar al vecino se extiende al día a día aunque es imposible evitar que todo se vea en un mundo sin verjas, desde la muerte de un familiar, a la llegada de la policía para recibir un informe sobre unos inquilinos en el sótano que no pagan, pasando por los gritos de un marido a su mujer o a la inversa, a veces en mitad de la noche.

Seguiré viviendo en un pueblo en el que los vecinos te miran mal si pones una verja de cierta altura, no queda bien, interrumpe el paisaje, acota el horizonte, mata la ilusión de amplitud. Un pueblo en el que de existir una verja suele ser casi de adorno, baja, blanca, de listones de madera. Pero en la parte trasera de mi casa tenemos una buena verja que nos da bastante privacidad, la suficiente como para salir al jardín y saber que los vecinos y nosotros mismos, no somos invisibles.

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