Thursday, February 16, 2012

Farmacias

No sólo venden medicinas en las farmacias de Estados Unidos, sino que también se pueden encontrar juguetes, zapatillas, bufandas, caramelos, bolígrafos. Todo ello compartiendo espacio con termómetros, analgésicos y pastillas contra la acidez tan necesarias en un país donde la gente come con unas salsas tan picantes y especiadas que hay que llevar el antiácido siempre a mano por si acaso.

Las farmacias son entes gigantescos que a veces se alojan en grandes edificios cuadrados donde sólo hay una farmacia, como islas en medio de las carreteras y con nombres sugerentes, Walgreens, CVS, Rite Aid. En otras ocasiones se encuentran dentro de comercios enormes, Walmart, K-Mart, Target, Costco. O en el interior de los supermercados, Publix, Winn-Dixie, Cub. Y en la mayoría hay un “drive thru” o lo que es lo mismo, como si se tratara de un McDonald´s, uno se puede acercar a una ventanilla con el coche y sin bajarse recibir las medicinas y pagar por ellas, perfecto si el enfermo va en el coche y no quiere ni pensar en salir del mismo a no ser que sea para ir directo a la cama o a un sillón enfrente de la televisión.

Independientemente de cómo sean por fuera, por dentro todas las farmacias gozan de la misma dinámica. Al fondo, y tras un mostrador con amplias ventanillas, en un espacio cubierto de lado a lado por estanterías plagadas de tubos y medicinas, pululan de tres a cinco trabajadores, los omnipotentes farmacéuticos y sus ayudantes. Los clientes pueden ver lo que ocurre en ese receptáculo pero por supuesto no pueden entrar.En Estados Unidos la figura del farmacéutico difiere mucho de la del europeo y probablemente de la de muchos otros países. Los farmacéuticos no pueden dar a un paciente sin previa visita a sus doctores un antibiótico o un calmante. En España o en Francia por ejemplo, muchas medicinas con receta médica se pueden comprar siguiendo apenas el consejo de los farmacéuticos. En Estados Unidos se pueden comprar sin una visita al doctor, las medicinas que se conocen como “over the counter” o lo que es lo mismo, las que están disponibles en las estanterías de las farmacias o supermercados junto con las chancletas para la piscina y los chocolates, no en las estanterías detrás del mostrador del fondo, donde están los que tienen las batas blancas, el poder y la burocracia. Y hay muchas que no requieren una receta médica pero otras muchas sí. Y ahí es donde entra en juego el papel omnipotente de los farmacéuticos
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Vaya por delante que en general, salvo Jim que trabaja en una de las seis farmacias o siete, si se incluye la que está dentro del hospital, que hay en el pueblo en el que vivo al sur del estado de Minnesota, de escasos 19.657 habitantes a fecha de julio de 2009, los farmacéuticos se caracterizan por estar casi siempre de mal humor. Seguramente habrá múltiples causas que expliquen ese mal humor. Quizás sea que trabajan en lugares donde no suele entrar mucha luz natural y donde están constantemente de pie y les afecta el agotamiento que provoca ese ir y venir constante sin llegar a ninguna parte. Quizás sea que, como en muchas profesiones, no se gana suficiente aunque todo el mundo se queja del altísimo coste de las medicinas en Estados Unidos. O quizás sea que el saberse omnipotentes les permita cierto mal humor, el omnipotente no tiene que dedicarse a edulcorar las cosas, no ve la necesidad de tener que ser agradable para lograr un fin. Los farmacéuticos se saben omnipotentes porque dependemos de ellos del mismo modo que dependemos de los doctores que nos dan un diagnóstico o de la compañía de la luz que nos suministra la tan codiciada electricidad sin la cual el mundo entero se paralizaría.

En las farmacias de Estados Unidos los farmacéuticos cuentan pastillas todo el día, mezclan cremas, incorporan el líquido al polvo de los jarabes para los niños, siempre de un color rosa y un sabor a cereza tan artificiales que ya sólo al verlos a los niños, y a sus abnegados padres que les tienen que dar la medicina, les entran ganas de salir corriendo o de vomitar, aunque los jarabes se pueden adulterar aún más añadiendo otros sabores, manzana, uva, naranja, plátano. Claro que a estas alturas deberíamos poder llevar parches que liberen la medicina a nivel subcutáneo sin dolor ni molestias y olvidarnos de tener que tragar cápsulas o beber líquidos intragables.

Los doctores recetan medicinas según el número de días que hay que tomarlas y según el peso del paciente. Todas las medicinas con receta médica llevan escrita una Rx que viene de la palabra en latín "recipe" que quiere decir tomar y son medicinas que suelen cubrir en parte los seguros médicos. Los farmacéuticos reciben las recetas del propio paciente o por fax desde la clínica o consulta de los doctores. En ese momento se pone en marcha el engranaje para crear la medicina adecuada, la cantidad de jarabe que dura exactamente los días que hay que tomarlo, ni uno más ni uno menos, o el número exacto de pastillas para tomar un antibiótico. Si la receta es para tres veces al día durante siete días, en el bote precintado de la farmacia no se encontrarán más de tres por siete, 21 pastillas, no como en Europa donde los paquetes son estándar y siempre sobran un montón de pastillas que muchos usan para la próxima vez que recaen en el mismo mal, una infección de orina o del tracto urinario por ejemplo. Debe causar un gran mal humor tener que contar pastillas todo el día, no equivocarse, calcular la cantidad de líquido de un jarabe siguiendo el peso del paciente.

Pero nos tenemos que conformar, necesitamos la pericia de los farmacéuticos que parecen antiguos alquimistas medievales enfrascados en sus líquidos, polvos mágicos, que curan o enferman. Necesitamos además que de vez en cuando uno como Jim le dedique a cada paciente un rato explicando cómo tomar la medicina, las mejores horas del día para hacerlo, los posibles efectos secundarios e interacciones, los farmacéuticos nos cuentan el prospecto en un resumen muy útil. Jim, por ejemplo, hace hasta estudios epidemiológicos de la población del pueblo. Compara lo que toman unos y otros en ciertas épocas del año, alergias a partir de marzo, problemas respiratorios en el invierno por culpa de los extremados cambios de temperatura e informa de sus hallazgos a los clientes o pacientes, según se mire, porque el cliente suele ser un paciente y el paciente es un cliente que tiene que comprar los remedios. Y no duda en usar ejemplos de su vida privada, “me tomo esto para el dolor de cabeza si noto que es un día en que me puede dar el dolor, como cuando viajo o he dormido mal”.

Eso sí, el sistema tiene sus fallos y es evidente con los botes para las pastillas que utilizan de modo exclusivo en todas las farmacias. Esos botes tienen unos cierres que no sólo están diseñados a prueba de niños sino de ancianos, gente joven y sana, gatos y perros. Son literalmente imposibles de abrir. Quienes así lo prefieren aduciendo que en sus casas no corren peligro alguno de que alguien o algo intente acceder a sus medicinas, pueden pedir que les den unas botellas sin los cierres especiales que no hay quien abra. Como los ancianos que en muchas ocasiones tienen que tomar tantas medicinas y que se sienten impotentes antes esas botellas (ver foto) naranjas con tapas blancas o naranjas imposibles de abrir, porque hay que girar a la vez que se aprieta hacia abajo y a veces coordinar ambas acciones requiere una fuerza descomunal para llegar al centro de la botellita donde se oculta la química y droga buena, no como esa otra que llaman drogas ilegales. Irónico que otra palabra en inglés para farmacia sea “drugstore” o lo que una traducción literal sería, la tienda de las drogas, no confundir con droguería, que en España es un lugar donde se venden, mayormente, productos de limpieza e higiene personal.


Son todas ellas, las farmacias, unos lugares con regusto a película, como ocurre con tantas cosas de la vida cotidiana estadounidense, porque las hemos visto mil veces en las miles de películas taquilleras buenas o malas que exporta con gran habilidad Estados Unidos e inundan los cines de todo el mundo. Un lugar, la farmacia, donde las propias cámaras de seguridad retratan el ir y venir de los empleados y los clientes, el anodino quehacer de las tareas diarias, comprar las medicinas, una tarjeta para el cumpleaños de un amigo, una crema para la cara que pretende ayudar a eliminar las arrugas, una bebida para llevar en el coche. El intercambio personal reducido al mínimo, a veces tan sólo con los cajeros y muy escueto siempre. “Hola, ¿encontró todo lo que buscaba?, sí, gracias, firme aquí, hasta luego”. Y todas las farmacias, poseedoras de esas botellitas de color naranja y tapa blanca, nos recuerdan a todas esas películas donde los protagonistas abren un armario detrás del espejo del baño, el “medicine cabinet”, donde encuentran las pastillas para suicidarse o rellenan la botella con pastillas envenenadas para lograr asesinar a alguien. O uno en mitad de un ataque de corazón intenta abrir la botellita, y claro, perfecto para el suspense de película, no la puede abrir y muere agonizando con la botellita en mano que finalmente rueda por el suelo con el tintineante sonido de las pastillas dentro que la tapa a prueba de todo guardó dentro a salvo de una forma muy diligente.
Gracias Jim por ser la personificación de la alegría en el mundo malhumorado de las batas blancas de los farmacéuticos y por informarme de cosas que ni los médicos mismos nos dicen, porque se les olvida o porque también ellos están cansados de ir y venir todo el día sin realmente llegar a ningún sitio. Gracias farmacéuticos en general, por preparar las medicinas que nos salvan de persistentes infecciones y demás males. Pero sobre todo gracias por aguantar ese insípido día a día contando pastillas de diferentes colores y tamaños, ayudados por una bandeja y una varilla que las va separando camino de la botella naranja, todo muy manual pero preciso. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Y luego dicen que las matemáticas no se usan en la vida diaria.

Monday, February 6, 2012

El inicio de un blog

Curioso, aquí ando escribiendo un blog y sin embargo no me gustan los blogs. No me gusta ese formato de una larga columna vertical descendente en la que los anteriores comentarios se encadenan a los nuevos, como si los pensamientos fueran una larga espiral que no se puede trocear. Yo no pienso en largas espirales sino de un modo caótico de diferentes ideas que se mezclan, compiten entre ellas, se pelean, más bien como un mosaico que cambia de imagen de forma muy rápida, como un caleidoscopio.

Y luego está el contenido, en los blogs, como ocurre con otros lugares como Facebook o Twitter la gente se desnuda frente al mundo con una carencia total de pudor, sin importar que los secretos más íntimos salpiquen al mundo entero. Quizás sea esa la vocación de los escritores, seres impúdicos dados al exhibicionismo de ideas y metáforas. O tal vez sea otra cosa, la soledad ancestral del ser humano nos empuja a reunirnos con los otros de muchas formas diferentes, en un bar, en un cine, en una clase, en una familia. Esa soledad que nos acompaña de tal modo que aunque creemos vivir en sociedad en realidad lo que sentimos, lo que añoramos y lo que somos lo hacemos en solitario, son experiencias tan íntimas que no se pueden compartir y como tales, son todas solitarias. El blog no es más que una herramienta más para crear la ilusión de que no estamos solos, de que alguien nos escucha y nos acompaña.

Ahí va mi primer escrito en mi blog. Mi escrito, mi blog. Somos en definitiva, los seres humanos, un animal por excelencia egocéntrico. Porque cada paso, cada experiencia se convierte en todo un acontecimiento, el viaje tan profundamente complejo que es vivir.

Y puedo contar muchas cosas como parte de ese mosaico de pensamientos, entre otros temas, vivo en Estados Unidos pero soy de Europa, de España, con lo cual vivir en un país tan diferente a Europa como es Estados Unidos me suscita constantemente preguntas, perplejidades, aprendizajes. Son observaciones sobre un mundo, la esfera personal, moral y social de Estados Unidos en el que me siento casi siempre como el antropólogo que visita una tribu perdida y trata de esbozar en su cuaderno un perfil lo más sincero posible sobre esa sociedad que ve, a la que asiste como extranjero y a la que entiende sólo un poco, lo suficiente como para poder estar en esa sociedad pero sin llegar nunca a aterrizar del todo, siempre con una mirada desde fuera. Observaciones que no tienen una línea argumental, sólo son eso, observaciones, totalmente subjetivas, desde el mí, mi mundo, mi yo. Pero en cierto sentido cualquier observación es también ese intento tan humano por alcanzar la universalidad, lograr conectar con los otros, comparar experiencias como quien intercambia los cromos de una colección. Ahí va mi colección de cromos, para compartir o para guardarlos en un cajón, eso depende del mosaico final.

Mar Valdecantos. Lunes 6 de febrero de 2012. Minnesota. Estados Unidos.